martes, 29 de diciembre de 2009

El drama de los campesinos que nunca han recibido subsidios en Magdalena










Grandes terratenientes recibieron millones de Agro Ingreso Seguro y labriegos viven vía crucis.

Cada tarde cuando el sol prepotente de Aracataca (Magdalena) se toma un descanso y amaina, el campesino Javier Vergara se juega a la suerte.

Al terminar su jornada como encargado en una finca, saca tiempo para la suya, atraviesa los rieles del tren que pasa a 50 metros y toma camino por una vía polvorienta entre cultivos de palma y de arroz que dan a su parcela, donde tiene ñame, yuca y 9 vacas.

En ella, su padrastro, el viejo Israel, campesino desde las entrañas de su madre, enciende una fogata para el tinto del atardecer, mientras Jerónimo, el perro, y Cachirula, Rebelde y el resto de animales caminan apaciblemente por las 25 hectáreas del terreno.

Para Javier, la suerte es que sus vacas, que le ha costado 15 años conseguir, estén vivas, que aunque la leche haya bajado pueda venderla al menos en 600 pesos el litro y logre seguir pagando la finca que recibió de un tío, de la que mantiene a su esposa y tres hijos.

Esa es su única certeza, pues la fortuna, que abundó este año para grandes finqueros del Magdalena como la familia Dávila, que recibió 2.200 millones subsidios de Agro Ingreso Seguro del Gobierno, no lo ha acompañado a él, que pedía prestados, "no regalados", 14 millones para comprar 10 vacas.

Su finca está a 162 ilómetros de las tierras de esta familia en Algarrobo, en las que, según las denuncias, hubo fraccionamiento para recibir más subsidios.

Javier prefiere reírse. "No soy resentido", advierte. Es del tipo de campesino que cree que esos sentimientos los castiga Dios. Pero la risa no le da para ocultar su desconcierto porque a pesar de sus múltiples intentos nunca, en sus 41 años de labriego, ha recibido un crédito y menos, un subsidio del Estado.

"Por acá hay mucha persona con buena suerte pero no sé como es, porque al campesino pobre no le llega", se ríe otra vez. Él y su esposa pusieron toda su fe y la casa en un préstamo que les negaron por segunda vez en el Banco Agrario, y aún se preguntan por qué.

Ante la negativa y la urgencia por producir, vendieron su casa por menos de lo que valía y se quedaron sin su patrimonio familiar. Ahora viven en la casa donde Javier trabaja.

"Pues uno sinceramente se animó (sic) con lo que decía el Ministro de Agricultura y esas cosas que hablaba tan bonito en televisión, por eso empezamos toda la documentación que ellos piden", recuerda Yoelbi Salgado, la esposa de Javier.

Así comenzaron la larga y costosa apuesta. Avalúo, 500 mil pesos, estudio del predio, 50 mil, pagarle a un contador 50 mil, al planificador del proyecto, 60 mil. Porque, contrario al comercial de una tarjeta de crédito, para estos campesinos todo tiene precio.

A pesar de no estar reportados como morosos y de gastar 1 millón y medio en papeles, no se los dieron, cuenta Javier, al recorrer los corrales de la finca, mientras los colores de Aracataca se tornan más rojizos.

"Con todo lo que nos gastamos en trámites hubiéramos comprado una vaca de 1.200.000 pesos y nos quedaban 300 para alimentarla", dice con sorna el hombre. Israel lo mira y recuerda que por eso en sus 68 años nunca ha pedido un préstamo, porque no se lo dan y porque, para él, "la agricultutura es una aventura".

La situación de Javier y Yoelbi se repite por toda Aracataca, donde este diario conoció 9 casos de campesinos con créditos negados. Allí la vida del labriego tiene el mismo ritmo que impone el tren a todos sus habitantes. Cada 20 minutos cuando la serpiente de acero pasa de La Jagua a Santa Marta, bicitaxistas y transeúntes con sombrillas esperan. Momentos después de que el larguero termina su recorrido, la vida continúa allí hasta los siguientes 20 minutos en que vuelve a pasar y otra vez, deben esperar.

Eso hicieron estos campesinos. La respuesta tardó 8 meses pero que fue negativa. Pero volvieron a intentarlo, esta vez por menos plata. Esta vez la respuesta era que la cartera estaba llena.

Por eso hoy Javier sabe que no tiene más opción que hacer agricultura a pulmón, como él la llama. Sí, trabajar el campo sin ayuda de una escafandra que le permita respirar.

"No hay de otra que seguir a pulmón, a sacrificio limpio, porque no veo ayudas del Gobierno por ninguna parte", dice, y se va de la finca con urgencia. Debe ir a Fundación a jugarse nuevamente la suerte: pero esta vez con el Baloto.

Historias que abundan

Por donde se camine en Fundación, El Retén o en la Sierra, en Magdalena, abundan las historias de los pequeños agricultores que saben de memoria la palabra NO.

José Luis Pacheco es uno de ellos. No sólo es víctima de la violencia y lleva 7 años tratando de recuperarse de una inundación que acabó con su cultivo de arroz, sino que es otro de los campesinos, que ha gastado dinero en trámites, perdido la casa y que espern volver a intentarlo.

En Fundación, Carlos David Andrade también busca un empujón. Tiene 22 años y ninguna vaca. Trabaja en un asadero de pollos y sueña con tener una que corra por su finca, donde hoy no hay más que pasto.

Abelardo Tobón, de 63 años, no se cansa de bajar en mula desde la Sierra hasta Aracataca a ver si su crédito para café por fin salió, pero hasta ahora, nada. Y Jesús David Therán, quien no tiene ni finca, anhela que haber sido 'Héroe de la Patria', le sirva, al menos para vivir del campo.

CATALINA OQUENDO B.
ENVIADA ESPECIAL DE EL TIEMPO
ARACATACA (MAGDALENA)

No hay comentarios:

Publicar un comentario